Ya tenemos ganadora del I Certamen de Microrrelatos de Alisios

¡Ya tenemos el microrrelato ganador! Estamos muy contentos con la participación del I Certamen de Microrrelatos de Alisios, que en esta primera edición hemos superado los 176 microrrelatos con un estilo y una calidad buenísima, por lo que no ha sido fácil seleccionar al ganador/a. Agradecer a todos su participación, podemos presumir que en Canarias tenemos grandes escritores. Y felicitar a la ganadora de esta primera edición Laura Padrón Brito con su microrrelato “El viaje de nuestra vida”. ¡ENHORABUENA!

 

El viaje de nuestra vida

Una tormenta se levantó sin previo aviso. La arena del desierto nubló mi vista y la de mi camello, que se balanceaba sin cesar. Me bajé y me oculté rápidamente tras él para protegerme de los latigazos del viento del norte. Cerré los ojos brevemente, en busca de un poco de claridad; no nos habíamos cruzado con nadie en los últimos cien kilómetros, así que las probabilidades de encontrar refugio eran prácticamente nulas. No obstante, corríamos un peligro aún mayor si nos quedábamos aquí esperando a que la tormenta cesara. Abrí los ojos: nuestra única opción era continuar.

Con cada pisada, mi corazón se aceleraba. Con cada respiración, mis pulmones se adueñaban de la tierra que inhalaba, celosos de un paisaje que, aun sin poder verlo, quitaba el aliento. Miré a mi camello y lo supe: uno de los dos no sobreviviría. De repente, me invadió el dolor de una pérdida que todavía no había ocurrido. Era mi mejor amigo; ninguno de los dos conocía la vida el uno sin el otro.

En el pueblo, solíamos recorrer cada día las mismas calles estrechas bajo la atenta mirada de los vecinos, que se extrañaban al ver a un joven pasar tanto tiempo con su animal. A mí me parecía más extraño que ellos pudieran soportar la monotonía del día a día sin un amigo como el mío. Después de nuestros largos paseos, nos tumbábamos bajo la sombra de un árbol que protegía la entrada de mi casa. Mis antepasados lo habían plantado hacía ya más de un centenario. Para mí, no era más que un reflejo del destino que se cernía sobre mí: como un árbol, nacer, crecer y morir en el mismo lugar.

Una de las tantas tardes que mi fiel compañero y yo pasamos juntos, me pregunté si él se sentiría igual que yo y lo observé fijamente, como intentando descifrar sus pensamientos a través de cada movimiento y de cada sonido que emitía.

De repente, nuestras miradas se cruzaron y lo sentí. Reconocí en sus ojos la misma ansia que me había invadido durante tantos años y me decidí: esa misma noche partiríamos.

Ya habían pasado varios días desde que abandonamos el pueblo, y aquí nos encontrábamos ahora, en mitad de un desierto cruel, que parecía querer reprendernos por haber tomado la que podía ser la peor decisión de nuestra vida. Con una fuerza incluso mayor que la del viento, la verdad me azotó de repente: uno de los dos no sobreviviría, y sería yo. Todo este tiempo había hablado de nosotros en plural, había arrastrado a mi amigo a un destino fatal, había sido egoísta y había confundido sus sueños con los míos.

Con la poca fuerza que me quedaba, comencé a aliviar su carga, tirando sobre la arena el equipaje y las provisiones que llevaba consigo. Agarré sus riendas y me coloqué frente a él. Al mirarlo, confirmé que aquella ansia que había visto en sus ojos no era más que un reflejo de la mía. Cogí una bocanada del que ahora me parecía el aire más puro del mundo y le dediqué las que sabía que serían mis últimas palabras: «Me has acompañado en cada momento de mi vida, incluso cuando no querías hacerlo. Tú me has conducido a mi nuevo destino, que, aunque no sé si es mejor o peor que el que me aguardaba, de seguro es diferente, y eso me basta».

Me dejé caer sobre el espeso manto de arena y vi a mi compañero alejarse, deseando que pronto encontrara un nuevo árbol bajo el que cobijarse.